MALVARICHE, UN LUGAR MÁGICO CONSUMIDO POR EL TIEMPO

MALAVARICHEEl valle de Malvariche es un lugar emblemático que emana historia y vivencias de un pasado cercano que se resiste a desaparecer. Las ruinas de las casas de los Quintines y la casa de Doña Lucrecia, aún en pie, nos desvelan relatos entrañables de los moradores de este mágico paraje.

Gracias al testimonio vivo de Ascensión Serrano Alcaraz  e Isabel Sánchez Serrano, madre e hija, podemos ofrecerte un viaje en el tiempo para revivir el día a día de esta pequeña aldea, inmersa en pleno corazón de Sierra Espuña.

Para empezar este viaje de recuerdos no podemos obviar a la gente que habitó este valle, pieza importante de todos los sucesos aquí acontecidos. Comenzaremos por la casa grande que tiene un par de hermosos pinos en su puerta. Se trata de la vivienda de Doña Lucrecia o la de los Señoritos, donde  los dueños de la finca pasaban algunos días de vacaciones en la época estival, ya que el clima en los meses de verano era más benigno. Junto a esta casa, vivían  Juan el Grande y Lola la Gorda con sus dos hijos. El guardia de la finca, Ramón, vivía en la casa conocida como la del Guarda, de hecho en los mapas así aparece y el edificio, aunque en ruinas, esta todavía en pie. Ramón el Guardia y su esposa Rosario tuvieron tiempo para tener varios hijos, Ana María, José, Chari y Raimunda.
Existía una acequia maestra que servía de lindero entre ambos núcleos de viviendas. En el grupo de casas de los Quintines, encontramos en la esquina la residencia de la familia del Tío Quintín el Rinconero, esposo de Juana y padre de Pedro. Cuentan que era muy roñoso y celoso de lo suyo. Comentar que plantó una parra en la puerta de la casa, que por lo visto daba unas uvas riquísimas. A continuación estaba la casa del Tío Juan Lucas,  marido de la Tía Gala, que se fueron de molineros a Pliego. En su lugar entraron de caseros el matrimonio de Juan Barqueros, conocido como el Perucho. Estos se dedicaron al pastoreo y no tuvieron descendencia. Otra casa fue ocupada por José Antonio, conocido como el Tío Monjo, cuya esposa también era de la familia de los Quintines. El Tío Monjo vivió con su nuera Concepción y llegó a tener dos hijos.

Ascensión Serrano, nuestra protagonista, vivió junto a su esposo Quintín Sánchez Martínez y sus hijos en una de estas casas. Ascensión como no podía ser de otra manera también tiene su apodo, la Colipava, natural de Alhama y criada en el paraje de la Cola del Pavo, de ahí su sobrenombre. La razón de ir a vivir a este remoto valle, fue debido a que el Tío Quintín tenía allí a su madre, con la cual vivieron hasta que ella murió, momento en el que decidieron volver a Alhama. Durante este tiempo, nacieron en Malvariche los cinco hijos de este matrimonio, sin duda un rincón idílico de Sierra Espuña para empezar a gatear. Isabel, su hija, recuerda con asombro los escalones que debía subir para llegar hasta su habitación, cuando apenas contaba con cuatro años. También le viene a la memoria el último viaje hasta Alhama de Murcia, éste lo realizaron en una burra y ella iba metida en las aguaderas que portaba el animal.

En Prado Mayor, un paraje que queda más arriba subiendo por la senda del barranco de Malvariche, vivía otro Quintín que estaba casado con Olaya, esta familia se fue a vivir al Berro en donde tienen descendientes.

malvariche_sierra_espuñaEn esta historia es una  pieza importante el Tío Molinero, vecino de El Berro, hombre polifacético que lo mismo curaba una cabra que un dolor de barriga. También destacar las visitas que hacia de cuando en cuando Juan, conocido como el Tío Quiñonero, a lomos de su burro. Este hombre era recovero y vendía sobre todo telas, aunque más bien las cambiaba por huevos o lo que hubiera para hacer el trueque. Aquí el dinero no servía de mucho.

Había un herrero que subía desde Alhama para apañarles las pezuñas a las bestias. La gente vivía de lo que la tierra producía. En las zonas de huerta había: perales, almendros, higueras, girasoles para consumir sus pipas, alfalfa, panochas, tomateras, patatas, pepinos y demás hortalizas. Algunos de los avellanos que hay en las lindes de los bancales fueron plantados por Ascensión, aún se puede ver y degustar la avellana fina que producen. En cuanto animales, solían tener gallinas para el consumo de huevos, burros, borregas, cabras y demás ganado. Por cierto, a una burra le mordió una víbora hocicuda, serpiente ésta muy abundante por la zona.

El pastoreo en verano se dejaba a careo por la montaña y generalmente subían a los pastos de Prado Mayor, junto a Fuente Blanca.

A la hora de amasar pan, lo hacían con la intención de que al menos les aguantara más de quince días. También aprovechaban para  hacer  diversos dulces típicos de la zona.

La iluminación por la noche se limitaba al candil de aceite, cuya mecha se conocía como torcía y hay quienes tenían incluso hasta un carburador.

Como anécdota curiosa, contar que un día al Tío Monjo, que tenía mal carácter, le sisaron el pepino más grande de la cosecha, el cual guardaba con esmero a la espera de hacerse una buena ensalada. Cuando descubrió la fechoría montó en cólera y removió cielo y tierra para encontrarlo. Una de las hijas de Ascensión, autora del inocente hurto, se deshizo del pepino con rapidez antes de que el Tío Monjo le arreara un garrotazo. El escondite improvisado donde fue a parar tan suculenta hortaliza fue el horno que había en la era comunal de las casas. Pasaron los días y el pepino al fin apareció, pero su color verde radiante tornó a un marrón pocho. Al final ni el Tío Monjo ni la traviesa vecina pudieron beneficiarse del gustoso pepino.

Por navidad subía la cuadrilla de Aledo a alegrar las fiestas. Esa noche nadie dormía,  el jolgorio estaba servido a ritmo de trovo y pandereta. El  aderezado de esta baraúnda corría a cargo de la mistela, el vino o el coñac. Cuando los músicos se marchaban para Prado Mayor a seguir la marcha, los vecinos salían a la puerta y les animaban a quedarse un rato más, a cambio de huevos, carne o vino.

El guardia tenía una radio la cual dejaba escuchar a los vecinos pero la cosa mejoró cuando se compró un gramófono. La diferencia era notable, ya se podía elegir la música.

Para finalizar con este entrañable relato no podemos pasar por alto la historia que le ocurrió a Linda, un perro ratero que alegraba con su  compañía. Un día Ascensión marchó junto con su familia a Alhama (el viaje en carro duraba un día de ida y otro de vuelta). Linda se fue como de costumbre con ellos, pero en Alhama sufrió un accidente quedando mal herida de una pata. El canino tuvo que quedarse a reposo en el pueblo debido a su fatídica cojera. La familia de Ascensión regresó a Malvariche. A los tres días Linda apareció por allí con su patica coja, tras recorrer los más de veinticinco kilómetros que separan ambos lugares. Sabemos de buena tinta que Linda murió de vieja.

Texto de Javier Ramírez Melgarejo con la colaboración especial de Ascensión Serrano Alcaraz e Isabel Sánchez Serrano.

¿Te gustaría visitar esta Aldea y conocer más sobre su historia? Ponte en contacto con nosotros y organizaremos una agradable jornada.

Aula de Naturaleza y Albergue Turístico Las Alquerías, Sierra Espuña

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